Cuando
una persona ansía el
reconocimiento por parte de alguien o incluso de toda una sociedad por lo que
hace y finalmente lo logra, esa persona no es virtuosa sino que tan sólo habrá encontrado
cierta satisfacción personal
en ello, y probablemente se siente realizada.
La
verdadera virtud se halla en hacer lo que uno cree que debe hacer en cualquier
situación, por
convencimiento propio, sin esperar nada a cambio, pensando tan sólo que sus actos le llevarán a mejorar esa situación tanto para él como para el resto de
personas con las que interactúa.
La
persona virtuosa sabe a ciencia cierta que cuando se desapega de los resultados
esperados y no se preocupa por los beneficios que puedan llegarle, es cuando
recibe mucho más de lo que
pueda imaginar, porque sabe que está
aplicando de forma correcta la fórmula
que le lleva a la precipitación de todo
lo que anhela, incluso de la propia virtud. Es más,
sabe que no necesita el reconocimiento de nadie sino que su objetivo más elevado será en todo momento reconocerse a sí mismo. Cuando sabe realmente quién es
obtiene el más alto grado
de reconocimiento que jamás
nadie pueda atribuirle o asignarle. Estará
agradecido consigo mismo incluso antes de haber obtenido nada.